Humberto J. San Pedro |
Desde que se anunció oficialmente que S.S. Benedicto XVI visitaría a México y a Cuba, todos los medios de comunicación masiva --televisión, radio y prensa plana-- de Miami comenzaron a difundir los criterios de conductores de programas de televisión, programas de radio y periodistas sobre la visita del Santo Padre a Cuba.
Los profesionales de la prensa dedicaron muchas horas de programación y un significativo espacio en los periódicos a decirle al Papa lo que debía de hacer y decir en Cuba. Una condición sine qua non lo era reunirse con las Damas de Blanco. Otra, pronunciarse contra la violación de los derechos humanos en la isla en las dos homilías que haría: una en Santiago de Cuba y otra en la Habana, . Una tercera, no recibir al ex presidente Fidel Castro, pues ya era bastante con que se reuniera con el presidente Raúl Castro.
S.S. Benedicto XVI no hizo nada de lo que la prensa de Miami le pidió, en tanto hizo un par de cosas que la prensa de Miami le dijo que no debería hacer.
Su Santidad es la cabeza del Estado Vaticano y de la Iglesia Católica Apostólica y Romana y responde por entero --en contra de lo que la prensa parece pensar-- a los mejores intereses del Vaticano y de la Iglesia.
Los comentarios acerca de la actuación del Santo Padre en Cuba fueron irrespetuosos en grado sumo. Y --cosa curiosa-- emanaban de personas que se auto definen como católicos practicantes.
La alta jerarquía de la iglesia católica cubana fue igualmente objeto de severas y --sobretodo muy irrespetuosas-- críticas.
La figura del Arzobispo de la Habana, Monseñor Jaime Ortega y Alamino fue y sigue siendo el blanco favorito de nuestros preocupados periodistas locales.
El clímax se produjo a punto de partida del dialogo que sostuvo el Cardenal Ortega con Monseñor Sean O´Malley, cardenal de la ciudad de Boston, moderado por el académico Jorge Domínguez, que tuvo lugar en la prestigiosa Universidad de Harvard.
En un solo día, comenzando a las 7:00 AM en el programa "Ahora con Oscar Haza" en la WQBA y terminando a las 4:00 de la tarde en el programa "Prohibido Callarse" conducido por Roberto Rodríguez Tejera en la propia emisora WQBA, se escucharon los más devastadores criterios acerca de lo dicho por el Cardenal Ortega y por ende del propio Cardenal. Fue un derroche de calificativos apocalípticos, altisonantes e irrespetuosos de una magnitud tal que me resulta difícil encontrar el calificativo adecuado para describirla, por lo que me limitaré a decir que fueron muy lamentables.
En los días posteriores, el tono de los insultos --no es posible llamarles de otra manera-- fue subiendo. Parecería que se trataba de una competencia para decir la inconveniencia mayor.
Y esa competencia alcanzó su más desmesurada expresión con la publicación en la página web de Radio Martí de un editorial escrito por su director.
¿Qué busca nuestra prensa local con semejante maratón de desatinos?
No queremos contestar esa pregunta pues no nos gusta especular.
En cambio si podemos afirmar con entera responsabilidad lo que han logrado:
- Dañar la imagen de la Iglesia en general y de la Iglesia Católica Cubana en particular,
- al tiempo que han dañado la suya a los ojos de todos los hombres de buena voluntad.
Y como sabido es
que "Teológicamente el término "iglesia" designa al pueblo
creyente que Dios llama y reúne de todas partes para formar la
"asamblea" de todos aquellos, que por la fe y el Bautismo, han
sido hechos "hijos de Dios", "miembros de
Cristo" y "templo del Espíritu Santo", han dañado la imagen del pueblo cubano.
A estas alturas, no tendría yo que decir --por es obvio-- que NUESTRA OPINIÓN y este humilde servidor se solidarizan con el excelente artículo de Orlando Márquez, recién publicado en la revista Palabra Nueva como respuesta al editorial del director de la Oficina de Transmisiones, publicado en la página web de Radio Martí.
Opinión
por Orlando Márquez
Desde hace meses, años sería
mejor decir, los ataques sistemáticos contra la Iglesia en Cuba se enfocan
usualmente sobre el arzobispo de La Habana. No me refiero a desacuerdos sobre
posturas determinadas ante cuestiones sociales que afectan a más de uno y, por
el mismo hecho, generan las más variadas interpretaciones. Hablo de aquello que
refleja el placer por el insulto, la ofensa como arma que intenta
desprestigiar, la complacencia en la irracionalidad descalificadora y, tal vez
lo peor, la actitud despersonalizada de quienes repiten de modo inconsulto las
afirmaciones irresponsables y bien calculadas de otros, sabedores estos últimos
del exitoso ataque que surge de una elaborada manipulación mediática de los
sentimientos humanos.
No faltan tampoco –no podrían
faltar en modo alguno– los “análisis de los expertos”, aquellos que desde el
riesgo y la especulación se hicieron de un nombre, hueco ya de contenido y
sustentado solo en la forma, para afirmar sin sonrojo que lo conocen todo y,
por tanto, pueden cuestionar todo y continuar sus predicciones, aunque la
realidad los desmienta una y otra vez.
Pero creo es oportuno hacer
desde aquí un comentario sobre estos ataques más recientes, que parten de un
comentario del cardenal Jaime Ortega hecho en Boston el pasado mes de abril
sobre las personas que ocuparon el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
del 13 al 15 de marzo pasados. Tengo la convicción de que el blanco de tanta
furia y saña –aunque lo ignoren muchos de quienes han participado solo como
repetidores de un discurso descalificador para poder ocupar así algún rincón
del escenario– está más allá de la visible figura de uno o varios obispos
cubanos. Cuba vive un momento clave de su historia, y distintas fuerzas –dentro
y fuera de la Isla– han comenzado a desplegar sus arsenales.
La “joya” de estos insultos a
nuestro arzobispo fue un “editorial” de la emisora Radio Martí, de la Oficina
de Transmisiones a Cuba del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Aquellas líneas, firmadas por el director de la emisora y retiradas del sitio
digital oficial poco después de su difusión, eran la muestra de la negación más
soez del periodismo, prolongación de otras diatribas, escritos y declaraciones que
se habían sucedido por semanas en medios con cierto influjo –principalmente– en
comunidades de cubanos residentes fuera de Cuba, ataques y escritos comparables
únicamente con la violencia y vulgaridad anti periodísticas que vimos en los
medios nacionales cubanos entre septiembre y octubre del año 1993, después de
la publicación de la carta pastoral “El Amor todo lo espera”.
Curiosa
coincidencia. Pero con el “editorial”, la emisora coronaba su ciclo, pues fue
precisamente una periodista de esa emisora quien sesgó la respuesta del
cardenal Ortega a un joven, durante un conversatorio que tuvo lugar en el
Centro David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos de Cambridge, Harvard,
el pasado 24 de abril, lo que dio origen a los ataques y críticas.
Pero ¿qué dijo el cardenal y
qué no dijeron los medios de comunicación sobre el comentario del cardenal? El
joven, después de agradecer al cardenal por haber dedicado “toda su vida casi,
a favor del pueblo cubano, de la Iglesia cubana”, preguntó si la Iglesia seguía
siendo voz de los oprimidos y menos afortunados dentro de Cuba, y se refirió a
los “trece disidentes que fueron sacados a la fuerza de una iglesia cubana”.
Parte de la respuesta del cardenal es esta: Sí, la iglesia era de La Habana y
no fueron sacados a la fuerza. Ellos eran un grupo –me apena mucho pero…–,
todos eran antiguos delincuentes, personas… Había un ex preso cubano que había
sido devuelto a Cuba, había estado seis años aquí en la cárcel preso y fue de
las personas, dijéramos, excluibles, que fueron mandados a Cuba.
Había toda una
gente allí, sin nivel cultural, algunos con trastornos sicológicos. Hay unos
grupos que dañan mucho a cualquier tipo de oposición o disidencia, que se han
ido creando hasta un número indeterminado y esos grupos buscan muchas veces
poder abandonar el país, tener una condición de refugiados, etc. Esto fue
organizado por un grupo desde Miami y al mismo tiempo fueron a varias iglesias…
(El destaque en negritas es mío).
Es bueno entender el contexto.
Fue un conversatorio con un grupo de estudiantes y profesores, no una rueda de
prensa, aunque una periodista –sin identificarse ni hacer preguntas durante la
sesión– extrae y divulga dos oraciones útiles para desatar la furia de algunos;
fue además una aclaración – ¿innecesaria? – para quienes hablan de “sacados a
la fuerza”; una distinción – ¿también innecesaria? – entre los diferentes
componentes de la disidencia u oposición en Cuba. “Organizado en Miami” se
refiere a que el jefe de este grupo reside en esa ciudad. Lo de “fueron a varias
iglesias”, indica la estrategia que se siguió, de ocupar simultáneamente varios
templos católicos, si bien en aquellos (en Pinar del Río, Las Tunas y Holguín)
se actuó a tiempo y con decisión para impedirlo, lo que no ocurrió en La
Habana, y ya conocemos el resultado.
En meses anteriores hubo
intentos similares en otras iglesias del país, incluso en el mismo arzobispado
de La Habana, pero fueron abortados a tiempo. La gente sabe que la Iglesia
ofrece a todos una oportunidad de ser escuchados. Decenas de cartas de presos
–por causas comunes o políticas– de todo el país son remitidas cada semana al
cardenal Ortega pidiendo su intercesión ante las autoridades para lograr un
alivio a su situación.
Fue en la arquidiócesis de La Habana que gobierna el
cardenal Ortega, en la iglesia de Santa Rita, donde se inició la acción pública
de las Damas de Blanco. La Iglesia inició un diálogo de interés social con las
autoridades del país –solicitado desde décadas atrás– que contribuyó a la
excarcelación de más de 120 presos entre julio de 2010 y marzo de 2011, y que
debería continuar y dar más frutos para todos, también en otros órdenes. Desde
la Iglesia, y desde hace años, se ha pedido que todos los interesados en los
destinos del país, piensen como piensen, tengan un espacio de participación en
el presente y futuro de la nación, el que les corresponde como ciudadanos… Pero
a pesar de esto, pareciera que los “indignados” cubanos consideran que el mejor
lugar para impulsar un movimiento de ocupación son precisamente los templos de
la Iglesia católica. ¿Por qué aceptarlo? Cada ciudadano debe tener un espacio
para ejercer sus derechos, espacio que falta en Cuba, pero no debe olvidar el
deber de respetar el derecho de otros.
Quienes deseen dar lecciones
morales y cristianas tienen derecho a saber más: Cuando algunos de los
repudiados de hoy eran “repudiadores” ayer, ya la Iglesia se oponía a tales
actos bárbaros, incivilizados e inhumanos. Cuando varios de los que ensanchan
hoy los insultos contra el cardenal Ortega eran simples escolares que
ensanchaban las venas del cuello para repetir el lema pioneril cada mañana, ya
el arzobispo de La Habana defendía a puertas cerradas y abiertas el derecho de
los padres a la educación de los hijos, anterior a la potestad del Estado. Cuando
la Iglesia era mucho más débil y a las misas acudíamos solo una o dos decenas
de fieles, el recién estrenado arzobispo Ortega se negó a enviar fuera del país
a los curas “incómodos” y a entregar templos que el gobierno “necesitaba”.
Cuando algunas de las más irrespetuosas mentes que insultan desde el exterior
eran solo ignorantes jóvenes de la realidad cubana en universidades de
elección, ya el arzobispo Ortega alzaba en Cuba la voz contra el hundimiento
del remolcador 13 de Marzo frente a las costas de La Habana, en julio de 1994,
donde murieron decenas de personas y demandaba un esclarecimiento de los
hechos.
Quienes conforman hoy nuevos y “aguerridos colectivos” de católicos y
atacan y esparcen rumores contra el pastor de los habaneros, deberían saber, o
recordar, que fue el cardenal Ortega quien rechazó rápida y públicamente la
acusación que lanzara el entonces presidente Fidel Castro contra el ya
fallecido arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Pedro Meurice, en noviembre
1999 –tuve el privilegio de ver la nota posterior que enviara monseñor Meurice
desde Madrid y que decía más o menos: Jaime, gracias. Pocas veces he sentido la
Iglesia tan cerca. Tu hermano, Pedro. Y pudiera añadirse más…
Pero quienes lanzan ataques
probablemente no oirán ni verán, por una simple razón: el cardenal arzobispo de
La Habana es la figura más visible del diálogo Iglesia-Gobierno. Quienes
repudian el diálogo continuarán abriendo fuego, porque esa es la misión:
bombardear todo intento de entendimiento
que incluya verdaderamente a todos. La postura del cardenal Ortega, y la de la
Iglesia, es la misma de Benedicto XVI: procurar la transformación de la
sociedad hacia más inclusión, más oportunidades ciudadanas, menos restricciones
y más libertades, la búsqueda de nuevos modelos sociales con paciencia y sin
traumatismos, sin que nadie quede excluido. ¿Por qué? La respuesta no es tan
complicada: la alternativa al diálogo y a la transformación gradual, es
sencillamente la confrontación y la transformación radical, una experiencia similar
a la de 1959, de la cual arrastramos aún las consecuencias, solo que ahora
sería de signo distinto.
La Iglesia no puede hoy
denunciar un diálogo que buscó y procuró durante mucho tiempo, cuyo propósito
siempre fue el bien social, antes que la recuperación de bienes expropiados o
privilegios pastorales. Aún sin saber hasta dónde puede avanzar ese diálogo,
debe continuar el empeño, procurando siempre su crecimiento cualitativo y
buscando altos propósitos que beneficien a todos, sin ánimos de reemplazar a
nadie. La Iglesia tampoco puede denunciar una reforma por mucho tiempo
igualmente solicitada y esperada, y debe más bien estimularla y animar su
continuidad y extensión. Y todo ello sin perder su independencia e identidad
propias, sin callar su Verdad, procurando escuchar a todos y dialogar con
todos, consolando y ayudando del mejor modo posible a quienes la necesiten.
Porque esa es su misión, eso es estar en el mundo sin ser del mundo, aunque no
cesen los ataques, los insultos y las amenazas de los mismos que pueden
beneficiarse de sus esfuerzos, y aunque callen los que pudieran hablar.
La Iglesia no se mueve al son
de los ratings, ni según los devaneos de los patrones de popularidad. No lo
hizo antes en Cuba, no debe hacerlo ahora, no deberá hacerlo mañana.
Se trata
del “no conformismo cristiano” ante un mundo que ensalza las apariencias e
ignora la verdad, del que hablara el Papa Benedicto XVI a los seminaristas de
Roma en días pasados: “No queremos siempre ‘ser conformados’, alabados; no
queremos la apariencia sino la verdad, y esto nos da la libertad, la verdadera
libertad cristiana: el librarse de esta necesidad de agradar, de hablar como la
masa cree que debería ser, y tener la libertad de la verdad, y así recrear el
mundo de una manera que no se vea oprimido por la opinión, por la apariencia
que ya no deja aflorar la realidad misma…”
Ante la aplastante opinión de la
mayoría de los habitantes de Jerusalén que le despreciaron y condenaron a
muerte, si Jesús hubiera actuado como ellos querían, el mundo hubiera sido muy
distinto.
Ciertamente ya es hora que pare esta controversia (la cual no tiene nada que ver con las controversias de décimas tan escuchadas por la radio en nuestra niñez, de la que mi abuela la Canaria era fanática por el parecido con la música de su tierra). Los Castro deben estar de plácemes con tanta división ("divide and thou shall conquer"). Hasta que los seudo periodistas no se den cuenta de que con esto están complaciendo al régimen de Cuba, seguiremos así hasta el fín de los días. Por supuesto, que a muchos de esto seudo periodístas les conviene que siga la controversia per secula seculorum porque si no se tienen que ir a Camilus House.
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