lunes, 2 de abril de 2012

IGLESIA CUBANA: No todo está perdido


MIAMI|2 de abril de 2012

Mi prima Delia Cuervo compartió conmigo este alentador artículo y yo lo he querido compartir con ustedes. Ella me lo envió por email y lo encabezó con el siguiente texto: <<No todo está perdido>>.



Iglesia cubana realiza labor de hormiga 

 mwhitefield@miamiherald.com
MIMI WHITEFIELD

Santiago de Cuba -- Los sábados por la noche, el mobiliario de la sala de un apartamento en un tercer piso es empujado hacia el fondo de la habitación, y se sacan bancos, una mesa que sirve de altar y un gran crucifijo. El sacerdote está al llegar.

Debido a que el Distrito José Martí, el enorme complejo de viviendas al estilo soviético donde está situado el apartamento, fue construido después de la revolución — Cuba era todavía un estado ateo — a nadie se le ocurrió dejar espacio para una iglesia que diera servicio a los miles de residentes del lugar.

Pero, como parte del programa Casa de Misión de la Iglesia Católica, Reinaldo Sang Sarabia ha estado invitando a amigos y vecinos a su casa durante casi 10 años para asistir a misa, clases de catecismo y otros eventos religiosos. 

En este país que fue oficialmente ateo desde 1962 hasta 1992 y que expulsó a sacerdotes a principios de los años ’60, hay una gran escasez de iglesias y de sacerdotes. Un seminario que abrió el año pasado, uno de los frutos de una mayor apertura hacia la Iglesia que comenzó después de la visita de Juan Pablo II en 1998, será una ayuda.

Pero en un país con más de 11 millones de habitantes hay solamente 300 sacerdotes.

“Alrededor de la mitad de ellos son como yo, de afuera”, dice Luis del Castillo, obispo retirado de 77 años, oriundo de Uruguay. Cuando llegó a la edad de retiro obligatorio de 75 años para los obispos de su país, decidió venir a Cuba donde es ahora el sacerdote de la parroquia de la Sagrada Familia.

Pero, lo mismo que muchos sacerdotes que dicen la misa en sus propias parroquias el domingo, él pasa el resto de la semana viajando, escuchando confesiones y ejerciendo su ministerio en algunas de las 70 casas de misión en Santiago.

Monjas y laicos también están activos en el programa, que trata de brindar al menos una experiencia religiosa a la semana a comunidades que carecen de iglesias.

Es este tipo de actividad de base lo que permite a la Iglesia Católica propagar la fe en un país donde los creyentes religiosos eran perseguidos y la Navidad era un día de trabajo como otro cualquiera.

El gobierno dio a los trabajadores la semana pasada tiempo de trabajo pagado para que asistieran a las misas del Papa Benedicto XVI, cuya visita de tres días a Cuba terminó el miércoles. Y el Papa tomó nota de las casas de misión.

“No puedo dejar de mencionar a las muchas personas y sus familiares que desean vivir profundamente el Evangelio en sus hogares y ofrecen sus hogares como centros de misión para la celebración de la misa”, dijo.

La cantidad exacta de católicos que hay en Cuba es una cuestión a debatir, pero la cifra de católicos practicantes es baja en comparación con los que han sido bautizados. “Nosotros no nos preocupamos por las cifras. Ese es el territorio de Dios”, dice el arzobispo de Santiago Dionisio García Ibáñez.

En el apartamento de Sang, una extensión eléctrica con un bombillo en el extremo fue colgada en la oscura caja de la escalera para iluminar el camino a la misa. Las personas, en su mayoría mujeres y niños, han empezado a entrar y buscar asiento. Del Castillo empieza a confesar en otra habitación.


“Yo estoy retirado, así que tengo más tiempo para dedicarme a esto”, dijo Sang, quien es conocido cariñosamente como Papi Sang.
Un retrato del Papa Benedicto XVI cuelga en la ventana de su apartamento y es visible desde la calle. Esos afiches son un artículo codiciado.

“Mucha gente me ha preguntado por los afiches, pero dicen que quieren colgarlos adentro de sus casas, porque si los ponen en la puerta alguien se los roba”, dijo el padre Gustavo Cuñil.

Para ser una misa oficiada en un apartamento, es asombrosamente completa. Hay dos monaguillos, y sacan un teclado para acompañar los himnos. Unas 60 personas se amontonan en la sala.

“La iglesia no puede crecer más porque no hay más espacio”, bromea una mujer.

“Estamos viviendo un momento histórico en nuestra comunidad”, dice Cuñil a los fieles antes de la visita de Benedicto. “Creo que el Papa Benedicto nos está llamando a la reconciliación y a la paz. Somos un pueblo dividido por muchas cosas, por la ideología, por la economía, divididos por la política, divididos por la religión”.
Aunque él dice que algunas personas se sentían escépticas con respecto a la visita del Papa, dijo que el pontífice vino “para permitirnos que sintamos que Dios está dentro de nosotros”.

Eso es exactamente lo que un joven sacerdote y dos monjas — una de la India y la otra de Haití, miembros de la orden de la Madre Teresa de Calcuta, las Misioneras de la Caridad — estaban tratando de hacer esa mañana en Los Cocos, una comunidad en las afueras de Santiago.

Es un pobre asentamiento de calles de tierra y casas hechas de tablas rústicas y separadas entre sí por cercas de cactus, que tampoco cuenta con un edificio para su iglesia.

Pero sí tiene un pabellón abierto con techo de guano en que el padre Eliosbel Pereira, quien fuera ordenado el 27 de diciembre, viene a decir misa.

A la llegada del jeep en que vienen las dos monjas, en sus hábitos tradicionales azules y blancos, un grupo de niños viene corriendo a cargar las bolsas de paja de las hermanas y acompañarlas a su casa de misión, conocida como Nuestra Señora del Rosario.


Pereira, quien viste jeans y una gorra de béisbol, se pone rápidamente un alba blanca y la estola morada de la Cuaresma y comienza la misa.

Hay 33 personas presentes — ocho mujeres, dos hombres y 23 niños — y así sucede a menudo en las mismas celebradas durante el día laboral. Para tener una mayor participación de los hombres, los sacerdotes tratan de programar algunos eventos para después de las 6 de la tarde.

“Todo nace en la nueva creación”, cantan las mujeres, siguiendo la ceremonia en misales forrados con hojas de almanaques viejos.