miércoles, 4 de abril de 2012

Penurias de la iglesia en el interior de Cuba

Publicado el miércoles 04 de abril del 2012
Kevin G. Hall



 
Feligreses de la parroquia Cristo Rey frente al edificio de madera de
la iglesia, en un distrito pobre de la ciudad de Santiago de Cuba,
el pasado 24 de marzo de 2012.

Después de dos visitas papales, el apoyo a los sufridos cubanos es cada vez mayor por parte de la Iglesia Católica Romana, mientras que el apoyo del Partido Comunista que gobierna a esta nación insular puede ser descrito como un tanto reticente en el mejor de los casos.

Los sacerdotes del interior de Cuba, lejos de las grandes ciudades de La Habana y Santiago, dicen que sigue siendo casi imposible operar con una apariencia de normalidad. No se pueden acercar al tipo de servicios eclesiásticos o de difusión evangélica que son comunes en el resto de Latinoamérica.
Hay una tensión sobre lo que en cualquier otra parte de las Américas no se cuestiona: si se ven obligados a celebrar la misa en la ruinosa casa de alguien, o si los agentes del gobierno se les sientan en los sermones para mantener bajo control lo que se dice desde el púlpito.

“Este lugar está en cero en lo que a mí respecta”, dijo el Rev. Alberto Reyes, un párroco de 44 años de edad en la ciudad central cubana de Guaimaro, a 400 kilómetros al este de La Habana.
Si bien la visita de tres días del Papa Benedicto XVI a Cuba la semana pasada puso de relieve lo que se considera una mejora de las relaciones entre la iglesia y el estado, en los años transcurridos desde que el Papa Juan Pablo II hizo su viaje a Cuba en 1998, una visita a las parroquias rurales de Cuba muestra los límites de ese acercamiento.

El gobierno aún no permite que los católicos construyan iglesias. Sólo se permite la restauración de las iglesias que son anteriores a la revolución de 1959. Hay nuevos hoteles, pero, en la mayoría de las ciudades de todo el país los edificios, en general, son anteriores a la revolución o se construyeron antes del colapso de la Unión Soviética, la benefactora económica de Cuba. Las iglesias en el interior del país están en gran parte en el mismo estado de deterioro que el resto de los edificios de Cuba.

En la iglesia de Reyes, el techo ha sido reparado, pero muchas de las ventanas en forma de cruz, cortadas delicadamente en el ladrillo para obtener ventilación, ya no tienen coberturas contra tormentas. Ahora son sólo espacios abiertos a través de los cuales fluye el agua cuando llueve. Las aves y los insectos entran libremente.

Reyes espera que el viaje de Benedicto XVI permita que se construyan nuevas iglesias en Cuba, y que él pueda difundir el mensaje de la iglesia en una escala más amplia. Pero no se hace grandes ilusiones. “La iglesia puede enseñar lo que quiera enseñar, pero dentro de la iglesia”, dijo, e indicó que sin nuevas iglesias, la tarea se hace mucho más difícil.
Con la escasez de sacerdotes en Cuba, Reyes, de 44 años, se ocupa de varias ciudades en un área con una población de alrededor de 47,000 personas. Hay una o dos iglesias viejas donde puede celebrar servicios, y donde los voluntarios pueden hacer obras de caridad, como suministrar desayunos a los ancianos. Pero en la mayoría de las ciudades Reyes celebra la misa en la casa de alguien.

A menudo, dice, es el único lugar que también tiene un televisor y un reproductor de DVD. Reyes llega a veces y se encuentra que hay un amplio gentío viendo una película.
“Si trato de dar la misa, eso significa que tendrán que detener la película., y odiarán al sacerdote”, dijo Reyes.
“Si yo tuviera una pequeña iglesia, se pondría fin a eso”.
El Rev. José Santana puede comprender eso. Es un colombiano de fuera de Bogotá que ha dirigido una pequeña iglesia católica durante los últimos dos años en las afueras de Pinar del Río, una ciudad de tamaño mediano a un par de horas al oeste de La Habana. Al llegar, se enteró de que tendría que ocuparse de comunidades en el campo, pero sin una iglesia donde los fieles puedan reunirse.
“Es distinto, porque no es un lugar neutral”, dijo de las casas en las que se ofrece la misa. “El lugar es pequeño, no hay silencio (para la reflexión). La gente se distrae. El vecino toca música, o están hablando”.
¿Cambiará esto después de la muerte de Fidel Castro, de 85 años, o de su hermano Raúl, que cumplirá 81 en junio?
“Esa es la pregunta del millón de dólares”, dijo Alfredo, de 47 años, un Testigo de Jehová de La Habana que practicó su fe clandestinamente durante la mayor parte de su vida, pero que ahora es más abierto al público acerca de sus creencias.

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