Fidel Castro |
En enero de 1962, los periódicos escribieron que el «líder» había sido excomulgado por la Santa Sede y desde entonces se atribuye la decisión a la voluntad de Juan XXIII, que, en realidad, no estaba al corriente
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
Dentro de algunas semanas, Benedicto XVI hará un viaje arduo a México y a Cuba, a 14 años de la histórica visita de Juan Pablo II. Fidel Castro, gravemente enfermo, ya no está en la presidencia, sino su hermano Raúl, y se está valorando la posibilidad de que, cuando el Pontífice visite al presidente en su residencia,también se encuentre presente su hermano, si sus condiciones de salud lo permiten. El posible encuentro entre el Papa Ratzinger y el “líder máximo” vuelve a actualizar los recurrentes rumores sobre un acercamiento entre Fidel y la fe. El expresidente cubano, por lo demás, fue educado por los jesuitas. Y se vuelve a citar la excomunión que le habría caído encima por orden de Juan XXIII, hoy beato. ¿El motivo? El decreto de excomunión para los comunistas, publicado en 1949 por Pío XII y reiterado en 1959 por el Papa Roncalli.
En efecto, la noticia de la excomunión de Fidel por orden del “Papa bueno” (fechada el 3 de enero de 1962) ha aparecido por todas partes en la red. ¿Qué cosa sucedió ese día? El que ha hablado sobre la excomunión fue el arzobispo Dino Staffa, entonces secretario de la Congregación para los Seminarios y famoso experto de derecho canónico. Pablo VI le habría promovido al Tribunal de la Signatura Apostólica (nombrado cardenal en 1967). Los periódicos le presentaban como un «altísimo prelado» de la Secretaría de Estado, qunque en realidad no tuviera ningún encargo en esa dependencia. Sobre todo, los motivos que indicó mons. Staffa no tenían que ver con el comunismo, sino con la violencia contra los obispos. El prelado, experto canonista, dijo, esencialmente, que Castro debía considerarse excomulgado según el Código de Derecho Canónico, que prescribe automáticamente esta sanción para todos aquellos que usan la violencia contra los obispos o que cooperan para hacer posible este tipo de actos. Se trataba, pues, de las consideraciones de un experto de derecho canónico, no de una excomunión verdadera.
Entonces, ¿por qué Staffa dijo lo que dijo justamente ese día? El arzobispo Loris Capovilla, entonces secretario particular de Juan XXIII, se sorprendió por la excomunión de Fidel, de la que no tenía noticia, e hizo notar que, como en el caso de los obispos chinos ordenados sin la aprobación de Roma, el Pontífice les aludió durante un discurso en el que recordaba la disciplina vigente, pero sin pronunciar ninguna excomunión. No hay que olvidar una coincidencia temporal. Justamente durante esos días de enero de 1962, el Papa Roncallihabía respondido a un mensaje de felicitaciones del presidente cubano Osvaldo Dorticós Torrado, expresando «sinceros votos de cristiana prosperidad para el amado pueblo cubano». Además, se había decidido que el nuevo embajador de Cuba, Amado Blanco y Fernández,presentaría sus cartas credenciales, después de que la embajada cubana en la Santa Sede hubiera encargado las funciones a un representante interino.
Tres meses antes habían sido expulsados de la isla el obispo Eduardo Roza Masvidal y 135 sacerdores; a estos y a otros episodios más generales de la situación de la Iglesia cubana, aludía en sus declaraciones el arzobispo Staffa. No hay queexcluir (considerando la cercanía temporal con el mensaje de Juan XXIII al presidente de Cuba) que, al citar públicamente lo que indica la ley cacnónica con respecto a quienes actúan en determinada manera contra las jerarquías católicas, se estuviera tratando de equilibrar el efecto (considerado demasiado abierto) de las palabras del Papa Roncalli. Lo que es cierto es que hubo presiones para que el Pontífice se pronunciara en público y que excomulgara al “líder máximo”, pero Roncalli no lo consintió, para no empeorar la situación, de por sí difícil, de las relaciones entre la Iglesia cubana y el gobierno castrista. Así que no hubo ninguna excomunión “ad personam” para Fidel Castro, ni Juan XXIII tomó ninguna decisión en ese sentido.
La línea de la Secretaría de Estado (que dirigía el cardenal Domenico Tardini cuando estalló la revolución cubana, y bajo la dirección del cardenal Amleto Cicognani a partir de enero de 1962) era la de evitar más rupturas y tratar de que permanecieran los sacerdotes y misioneros en la isla. Lo cual no significa que la Santa Sede y el mismo Pontífice no estuvieran bien conscientes de la delicada situación que estaba viviendo la Iglesia cubana. El 13 de abril de 1962, después de haber recibido a monseñor Cesare Zacchi (a quien Pablo VI elevaría al episcopado al nombrarlo Nuncio en La Habana), Juan XXIII anotó en su diario: «Notable mons. Zacchi, oidor de la Nunciatura de Cuba en donde multae lacrimae rerum». Una referencia a la situación dolorosa de la isla. El 14 de noviembre de 1962, poco después de la famosa crisis de los misiles cubanos, el Papa Roncalli habría recibido a algunos obispos de la isla y, tras su visita, habría anotado en la agenda: «Después vino el grupo de los obispos representantes de Cuba, que me informaron de la condición dolorosísima que hay allá... ¡Oh! ¡Cuánto hay que rezar!».